[A finales del año pasado, Escuela Moderna me invitó a escribir algo sobre el tema de la bandera para incluirlo en una antológica sobre el tema que acompañara el proyecto Pisoteando banderas que fue presentando en la Bienal de Arquitectura de Venecia 2021. Problemas personales relacionados con mi traslado temporal a Brasil hicieron que me retrasara en la entrega y el texto no llegara a tiempo de ser traducido e incluido en la primera publicación de la antología, aunque sí que aparecerá en el e-book sobre el mismo tema que pronto será distribuido por Internet]
En cuanto signos vacíos, entiendo que los colores de las banderas proporcionan, a quienes se arropan con ellos simbólicamente, rasgos de identidad gratuitos, sin ningún tipo de relación indiciaria con lo que se hace y, por tanto, absurdamente libres de responsabilidades. Así ocurre no solo con los colores sino también con todos los demás símbolos de la “patria”, cuya principal función, al menos en nuestros días, parece ser la exclusión de quienes no se identifiquen con ellos. Algo que tienen muy claro los partidos políticos, sobre todo los de extrema derecha, auténticos especialistas en el apropiacionismo de los símbolos colectivos. Por eso, siempre he preferido las multitudes informes, promiscuas y polifacéticas, basadas en el rechazo y la contestación, a cualquier tipo de identificación política partidaria. Ello no ha sido óbice para que en algún momento haya intentado crear mi propia euro-bandera, como hice en 2014 para la participación en el Festival Ex-polis de Milano.
Eurobandera, diseño para edición de camisetas en el Festival Expolis de MIlano (Italia) en 2014
Siguiendo este hilo de pensamiento, he recordado que también, entre finales del siglo pasado y principios de este, realicé varias intervenciones en las que, en nombre de un peculiar “patriotismo constitucional” de inspiración antipartidista y contra-habermasiana, colocaba rollos de papel higiénico amarillo, cuyos bordes previamente había tintado artesanalmente de color rojo (siguiendo el patrón de la bandera de España: ¼ rojo + ½ amarillo + ¼ rojo), en los aseos de diferentes edificios públicos relacionados con el arte y la cultura (bibliotecas, museos, etc.).
Posteriormente llegué a realizar, sobre este simbólico soporte de papel higiénico, una edición manuscrita de la Constitución Española. De aquel trabajo de copista amanuense surgió una publicación de un solo ejemplar que, posteriormente, fue dividida en porciones individuales y remitida, a modo de experimental proyecto de mail art, a mi listado personal de direcciones de correo. Un colectivo bastante amplio, ya en aquella época, al que fui sumando las direcciones sugeridas por los amigos -y ex amigos- simpatizantes del proyecto hasta completar la práctica totalidad del texto constituyente. Una divertida experiencia de la que aún conservo las últimas porciones del último rollo, que hoy forman parte de mi colección particular.
Mirándolas ahora, con una perspectiva de más de 20 años, me doy cuenta de cómo ha empeorado nuestra situación estético/política, pues aquellas modestas acciones artísticas, cuya trascendencia fue mínima en su momento, (puesto que solo buscaban explorar los límites de la libertad de expresión de la época sin rebasarlo), hoy me habrían llevado con seguridad a juicio, acusado de terribles ofensas a la bandera (¿puede ofenderse un trozo de tela de colores?), a la patria o algún otro absurdo argumento de talante similar.
Llegados a este punto, me veo obligado a callar, para evitar incurrir en algún posible delito, pero no sin antes concluir, siguiendo la higiénica lógica de aquellas intervenciones, que, tanto entonces como ahora, la mejor bandera será la que, además de doble o triple capa de protección (sobre todo jurídica), posea la textura más suave del mercado.